Salpicadero de mosaico
Mosaico frontal de cocina: luz detenida en la materia
Hay un espacio en cada cocina donde la luz se posa de forma distinta. Un intersticio suspendido entre la encimera y los muebles altos, donde el vapor se eleva, las manos se mueven, los gestos se repiten. En ese rincón íntimo, el mosaico frontal de cocina se convierte en más que un simple revestimiento: es una piel sensible, una superficie viva que capta la luz, que respira con los ritmos del día.
Cada tesela es un fragmento de emoción. Algunas reflejan el brillo del agua, otras absorben la luz como piedra tibia. Juntas componen una melodía visual, un poema de textura y color que acompaña silenciosamente la vida cotidiana. Por la mañana, cuando entra la luz blanca, el mosaico despierta con suavidad. Al mediodía, proyecta reflejos sobre los utensilios. Y por la noche, bajo la luz cálida, se convierte en una superficie íntima y protectora.
En este pequeño teatro mural, cada gesto cobra presencia. Cortar, lavar, sazonar: todo sucede frente a un fondo que no solo protege, sino que embellece, acompaña, cuenta una historia.